Tobas, mocovíes y abipones son los pueblos que habitaron originariamente el norte santafesino. En su conjunto, a estos grupos se los unificó bajo el nombre de guaycurúes. En general, se distinguieron por ser hábiles cazadores y recolectores. Estas actividades los obligaron a llevar una vida móvil, desplazándose de acuerdo con las estaciones y las migraciones de las presas de caza.
Por los constantes traslados, sus viviendas eran desmontables: unas chozas muy rudimentarias construídas con paja, ramas y juncos. Asimismo, fabricaron una serie de utensillos, tanto para resolver problemas de la vida cotidiana como para la guerra, por ejemplo, arcos, flechas, boleadoras, lanzas de madera y hasta garrotes.
ENTRE LA CAZA Y
LA RECOLECCIÓN
Altos y de fuerte constitución física-
piernas robustas y anchas espaldas-, los guaycurú no se destacaron por ser
agricultores sino que fueron excelentes cazadores y recolectores, dado el
interesante medio ambiente chaqueño en el que se desenvolvieron.
Recogían el fruto de la algarroba –el cual
preferían- juntamente con el chañar, el mistol, el molle y la tusca, higos de
tuna, ananás silvestres y porotos, como así también las raíces de totora –
suerte de junco comestible-.
Partían todos los días hacia las zonas
boscosas, iniciando así la cacería cotidiana que les permitía el sustento
alimenticio. Sin lugar a dudas, de entre los animales más peligrosos para
atrapar se contaban el tapir y el pecarí (cerdo salvaje de América). También
cazaban venados y ñandués.
Pescaban regularmente, y lo hacían
construyendo pequeños diques en los que
se introducían con arpones y redes. Los pescados que no eran consumidos en el
momento, eran secados al sol y se los ahumaba.
Tanto la escasa horticultura como la
recolección de los frutos de la tierra estaban en manos de las mujeres, quienes
muy tempranamente enfilaban hacia los bosques y palmares, con sus bolsas de
caraguatá o cuero de pecarí, sus palas de madera y sus palos para sacar a luz
las raíces ocultas por la tierra.
Por su parte, los hombres hacían de la caza
su práctica favorita. Solos o en grupos, se armaban de arco, flechas, lanza y
red, y se lanzaban a la aventura. Algunas veces, al igual que algunas tribus africanas,
acorralaban a sus presas prendiendo fuego al terreno. Otras, se mimetizaban con su medio ambiente,
cubriendo con innumerable cantidad de hojas y plumas todo su cuerpo y así poder
acercarse lo más posible al animal para flecharlo.
¿DÓNDE VIVÍAN? ¿CÓMO
ERAN?
En épocas invernales, cubrían su cuerpo con
un gran manto de piel de nutria, el que por dentro contenía pinturas
geométricas en color rojo. Más tarde, cuando aprendieron la técnica del tejido,
confeccionaron un manto similar al anterior pero hecho en lana, el cual se ata
a la cintura por su parte media, por intermedio de una faja realizada también
en lana. Vinchas y plumas en la cabeza, pulseras, aros y collares, formaron
parte de su atuendo. También sabían usar una especie de mocasín en sus pies.
Una semi-esfera hecha con ramas y recubierta
con paja, les servía de vivienda. Estas chozas, de alrededor de dos metros de
altura, se reunían formando poblados. Cuando salían a hacer algún recorrido,
sabían fabricar unos pequeños toldos de esteras que servían de paravientos.
Sabían realizar excelentes tejidos con la
fibra del caraguatá y la lana de la oveja, utilizando para ello un simple telar
vertical. Respecto de la alfarería, las piezas son muy sencillas y
estrictamente utilitarias.
La familia guaycurú es de las denominadas
extensa, ya que en su núcleo sabían coexistir por lo menos tres generaciones
–abuelos, padres e hijos-. Eran monógamos (un solo casamiento con una sola
cónyuge), aunque se toleró la poligamia cuando era ejercida por los caciques, quienes
también podían comprar una esposa o convenir algún tipo de arreglo. Este jefe
con poder político también era la manifestación de un poder superior ligado,
por cierto, al chamán o mago de la tribu; muchas veces ambas funciones estaban
reunidas en una misma persona. El cargo de jefe de tribu era hereditario y
ejercía sus funciones ayudado por un Consejo de Ancianos que, incluso, podían
llegar a destituirlo si consideraba que no había cumplido con sus tareas de
jefe.
Sin embargo, los guaycurú, que sostenían la
creencia en un ser superior – el Koyokotá de los pilagaes o el Ayaic de los
tobas- no se incorporaron masivamente ni al sistema de trabajo europeo en las
nuevas fundaciones españolas ni a la tarea evangelizadora de los jesuitas y
franciscanos.